El 11 de septiembre la revista Semana publicó los resultados de una
encuesta solicitada por la Gran Alianza de Medios, el titular de esa noticia
fue “El 77% de los colombianos
aprueba inicio de diálogos de paz”[1].
Sin embargo, la noticia no termina ahí:
“El 68% no está de acuerdo con que les
sean perdonados los delitos a los guerrilleros. El 80% se mostró en contra con
que los miembros de las FARC salgan de las cárceles colombianas o en el
exterior.
“A esos datos se suma que el 72%
considera que los líderes de las FARC no deben participar en política y
presentarse como candidatos a elecciones populares. Además, el 78% de los
encuestados espera que los miembros de las FARC paguen cárcel sin importar el
tipo de delito que hayan cometido”[2]
Estos datos son reveladores: los colombianos
apoyamos éste intento de salida política al conflicto armado pero no estamos dispuestos
a convivir con los miembros de la guerrilla, a quienes sólo los queremos ver en
cárceles, alienados de la vida civil y política de la Nación. ¿De verdad creemos
que la guerrilla aceptará esos términos?
Mi conclusión: Colombia quiere la paz pero no entiende
qué es la paz o, por lo menos, no sabe lo que se necesita para lograrla.
Existen dos maneras para entender la paz. La paz
negativa, o pax romana, es el logro
de la paz por imposición de las armas, promovida en Colombia durante el
gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Se pretendía llegar a la paz exterminando al “enemigo”
o por lo menos por medio de una derrota militar y, por lo tanto, una rendición
y sometimiento del adversario. La paz positiva, o “la construcción de paz”, por
su parte, un concepto más complejo, implica trabajar para lograr unas
condiciones que garanticen que la paz será real y sostenida.
No obstante, aunque resulte elemental, para
comprender las dimensiones de la paz hay que comprender también las dimensiones
de la violencia generadora del conflicto. Así, Colombia ha existido
permanentemente en estado de violencia. Violencia no sólo entendida como
aquella que surge del uso de armas y actos bélicos, sino violencia estructural
y cultural. La primera definida como “aquella que procede de estructuras
sociales, políticas y económicas opresivas, que impiden que las personas se
desarrollen en toda su potencialidad: por ejemplo, la pobreza, el hambre, la
falta de acceso a la educación o la salud son formas de violencia”[3];
la segunda “procede de la imposición de unos valores o pautas culturales,
negando la diversidad cultural y legitimando el uso de la fuerza como forma de
resolver los conflictos”[4].
En ese orden de ideas, la paz positiva pasa por la
firma de un acuerdo para dejar las armas pero no se queda ahí: hay que
erradicar la violencia estructural y cultural que ha agredido a la mayor parte
de la población colombiana y ha pasado impune a lo largo de nuestra historia.
Esto requerirá esfuerzos que se nos sale de las manos a los colombianos de a
pie porque depende de la voluntad política de quienes fueron electos para
dirigir nuestros destinos y de quienes tienen el poder económico para
influenciar a los primeros ¿estaría dispuesto el sector político y económico
del país a realizar los cambios que se requieren?
Afortunadamente nosotros, los colombianos de a pie,
no estamos sólo a la merced de nuestros gobiernos, representantes y los
poderosos capitalistas para construir la paz. Desde nuestras propias vidas
podemos empezar a educarnos en Cultura de Paz. Sin embargo, esto será para otra
columna.
Entonces, por ahora sólo abordemos el problema de las
condiciones de la firma del acuerdo de paz. Estoy de acuerdo con que se
requerirá justicia, pero también se requiere conocer la verdad de las
situaciones que han permitido el conflicto y la reparación de las víctimas del
mismo. Esta trinidad de conceptos (justicia, verdad y reparación) son los
pilares de la justicia transicional, herramienta institucional llamada a
regular el paso de una situación de conflicto violento a la paz. De ser
consecuentes con nuestro anhelo de paz tendremos que asumir el reto de decidir
qué tanta justicia estamos dispuestos a renunciar a cambio de una mayor y mejor
verdad y reparación; o si preferimos, por encima de la verdad y la reparación,
la justicia; o si no nos importa la reparación pero sí la verdad y la justicia.
Debemos recordar que en Oslo las FARC no están formalizando su rendición – no
es el sometimiento de los “vencidos” ante los “vencedores”. En otras palabras,
no estamos en presencia de una paz negativa sino que debemos esforzarnos, y
poner de nuestra parte, para que lo que se esté acordando sea el inicio de un
verdadero proceso de construcción de paz y no un contentillo mediocre más para
quienes deseamos poder disfrutar, más temprano que tarde, de una Colombia en
libertad y paz.
@CataDaniels
[2]
Op. cit
[3]
Manuela Mesa. Sociedad civil y construcción de la paz: una agenda inconclusa.
Publicado en Pensamiento Propio n.28. julio-diciembre de 2008.
[4]
Op. Cit.
ARTICULO RELACIONADO http://www.elespectador.com/opinion/columna-384512-una-comision-de-verdad-de-alta-calidad
ResponderEliminar